Friday, July 16, 2004

Mesa con hombre que no whisky todo

Ella es mi chica. Desnuda al sol. La sal del mar, la espuma de las olas. Con un aura que la distingue especialmente de las demás personas. En un momento, olvidando todo lo demás que rondaba por mi cabeza dije, golpeando la mesa con una sonrisa amable “otra cerveza mas, Ronda” (otra ronda de cervezas, Ronda). Ronda era irlandesa, pelirroja y grande. Con unos ojos chicos, escondidos entre un iris verde oscuro y la pupila chiquita, redonda y negra. Un negro tan profundo que parece desnudar mi completa existencia a la vez que me pregunta mientras me sirve, “con espuma o sin espuma?”. Obviamente con poca espuma! Obviamente con las piernas grandes abiertas. Y, obviamente golpeando la mesa. El otro integrante de este bar en la ruta es un hombre que no se su nombre, pero el sí sabe el nombre de Ronda. No se si es un habitué. Tiene un gorro con visera, celeste, manchado de grasa. La barba de unos días, una voz ronca que inunda de olor a whisky todo el lugar, siempre sonando recién despierta, y su camión esperándolo afuera. Un café y un refuerzo y voy, le dijo cariñosamente al camión como si fuera su irlandesa grande y pelirroja. Pero, como todo ausente peregrino, infiel a las costumbres de sus puritanos pagos, cambia a su camión-irlandesa-pelirroja del 84, con las llantas nuevitas, por una verdadera irlandesa, Ronda, a la que ve una vez por semana; coge una vez por semana; se pelea, la abofetea y se reconcilia una vez por semana. O tal vez un poco más espaciado. (A este punto me di cuenta que era un habitué del lugar) La cosa es que nuestro amigo hoy le dijo a Ronda al oído (pero pude escuchar porque, además de estar atento, su voz resuena en las mesas más cercanas) que no se iban a ver nunca mas. ¿Nunca mas? Nunca más. Se iba a Brasil, a un reparto de una nueva bebida cola que había salido, cuya etiqueta era roja, con una línea azul en diagonal y decía en blanco, con un reborde negro y con una tipografía muy llamativa “Win Cola”. Ronda no lo aceptó. Repitió con su mal acento una y otra vez “¿Cómo que nunca mas?”. Y como abofeteando la tasa grande de café, la derramó sobre sus pantalones marrones planchados. Ronie (al parecer este era su nombre, o su apodo) (lo pude descifrar por los gritos desesperadamente furiosos de Ronda) se levantó y miró su pantalón manchado de café; pero quien no diría que se había meado encima. Un camionero de bigotes, grandes patillas y pelo, todo castaño claro, meándose encima. Un tigre rugiendo de la manera más desgarradora posible se avistó en los ojos verdes oscuros de Ronda. La mirada penetró en sus ojos, desplegando su fría hoja bien filosa. Cortando transversal y lentamente el globo ocular, gozando ese supuesto sufrimiento que Ronda en realidad no sentía en este preciso momento. Luego del acto, Ronie sacó algunos billetes arrugados de su bolsillo y los dejó en la mesa manchada con un poco de café. Recogió sus cigarros y dirigió la última mirada a una Ronda confundida, que ya se estaba atajando del golpe que le tiraría Ronie. Una mirada derrotada, que decía mucho a Ronda. Era el rumbo de las cosas. Era el rumbo del camión el que guiaba a Ronie, las flechas, las señales y los bares en las rutas. Y nada podía hacerse. Cada decisión era tomada fríamente sin pensarla dos veces, sin descifrar sus posibles consecuencias. Solamente recordada más tarde en un motel barato a la noche, mirando el techo con humedad, tenuemente iluminado por una lapara en la mesa de luz. Ninguna foto, ningún recuerdo de nada. Ni siquiera un nombre propio. Ronie, Pescado, Albert o quien fuere.
- Quédate con el cambio- dijo mientras abría la puerta.
A Ronda no la desnudaba el sol, ni las espumas, ni un aura, ni nada. Destruida, me miró a mí, el cliente más cercano que tenía. Incómodo, apuré la cerveza y dejé unos billetes sobre la mesa. Salí por la puerta de vidrió, caminé el camino de tierra y justo pasé por el camión de Ronie, cuyo espejo retrovisor delataba la primera de las tantas masturbaciones pensando en su irlandesa gorda.

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