Sunday, November 07, 2004

conductor

Aldo llevaba gafas oscuras porque sus ojos estaban como vidrios estallados, y todo alrededor hinchado y rojo, como una alergia. Esos ojos tienen que haber quedado así de un día para el otro. No imagino un proceso de alergia y estallido de los ojos, hasta llegar al punto de Aldo. En realidad debe ser posible. Pero sabiendo la historia de Aldo, creo que fue el día que su vida impactó como un conductor contra el parabrisas del auto, cuando sus ojos quedaron así. Y no le dio tiempo para limpiarse la sangre que le quedó en la boca, ni le dio el tiempo para explicarle a su esposa, que lo miró cuando se lo llevaba la policía, mientras el auto se alejaba, y ella quedaba parada en la puerta del zaguán mirándolo, sin poder creer todavía todo lo que en un par de minutos había pasado por sus ojos.
Aldo era estafador. Lo hacía realmente bien. Al otro día de que su negocio saliera redondo, le contaba a alguien todos los detalles de la estafa, mientras tomaba un vaso de whisky. Ahí ya llevaba gafas oscuras, pero porque no quería ser reconocido. Muchas personas le querían pegar, y algunas también lo querían ver muerto.
Su esposa no lo visitó nunca a la cárcel. Sólo le mandó un par de cartas, que Aldo respondió, pero ella no leyó. Su hijo sí iba a visitarlo. Pero poco a poco fue perdiendo el hábito. Aldo estaba preso; pero si salía, enseguida iba a tener que pagar muchas cuentas; y veía más fácil escapar de la cárcel que escapar de esa situación. Por lo tanto, Aldo se obligaba a sentirse cómodo en la cárcel. Pero hubo un momento en que tuvo que salir. Uno no puede estar en la cárcel el tiempo que quiera.
Salió de la cárcel vestido con una camisa con el último botón desabrochado y sin corbata; un saco y unos pantalones gris oscuro. Antes de salir se calzó las gafas. Miró el cielo, el piso de tierra, el pasto seco, y por último miró su traje y respiró hondo. Llamó a su esposa.
Entonces estaban Aldo y su esposa en un bar. Ella tomando un refresco y él un whisky. Como en los viejos tiempos, nada más que en vez de contar sus estafas redondas, reinaba un silencio, que ninguno de los dos sentía incómodo ya que su esposa no tenía nada que decirle, y Aldo aprovechaba para pensar como iniciar la conversación. Pasaron unos pocos minutos. Se acordó. Y Jesús como está?, preguntó. Su esposa respondió al instante, como si se sintiera más a gusto con el silencio. Bien, trabajando, dijo. Él encendió un cigarrillo y le ofreció uno a su esposa, que no aceptó. Pidió fuego al camarero. Respiró hondo y amagó dos veces antes de empezar la conversación.
- Supongo que sabrás en los problemas que estoy-
- Media ciudad te quiere matar- respondió su esposa usando la misma táctica que la pregunta sobre su hijo. Aldo se imaginó a una multitud enojada avanzando hacia él, y sonrío, pero poco, para no quitarle el ambiente a la conversación.
-Ah, le compré este reloj a Jesús.- dijo, y sacó un reloj digital que no marcaba la hora.
-Le faltan pilas, no?
-Si, creo que si. Salvo que esté roto. Pero no creo. Se lo compré a un tipo en un comercio.
-Aha.
Silencio. El mozo le sirvió uno bife con puré en la mesa detrás de la esposa de Aldo.
-Y tu madre como está? – Aldo apuró el whisky y pidió la cuenta al camarero. Se dio cuenta que su esposa seguía insulsa como siempre. Se acordó de su esposa cocinando, cuando Jesús todavía era chico, y seguía teniendo la misma expresión de pocos amigos. Pero esta vez llegó al colmo, ni siquiera respondió la pregunta, aliviada por que su esposo ya había pedido la cuenta. Se ponía el saco para marcharse.
Mientras Aldo se ponía el saco y su esposa miraba su reflejo en un espejo que quedaba en el fondo del bar, los dos pensaron la misma cosa: “Que haría Aldo ahora”. No tenía dinero ni trabajo, ni el apoyo de la familia. Sólo tenía un par de pobres diablos que lo querían matar. Ella pensó en Aldo en las próximas semanas tirado en la habitación de un hotel, mirando el techo, con el control remoto en la mano. En camisa y en calzones, con los pantalones colgados en una silla. Aldo simplemente no pudo imaginar nada. Se le venía a la cabeza la imagen de la gente enojada viniendo hacia él con rastrillos y antorchas. Sonrío de nuevo, sintiéndose medio desubicado.
Los dos salieron del bar. Aldo para un lado, su esposa para el otro. Se saludaron sólo con un adiós. Cuando llegó a la esquina se dio cuenta que había dejado el reloj para su hijo. Se dio media vuelta, entró al bar, vio el reloj en la mesa, se lo puso. Miró la hora. Se acordó de que le faltaban pilas.
Salió del bar.

3 Comments:

Blogger Roberto Iza Valdés said...

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November 6, 2005 at 4:10 PM  
Blogger Unknown said...

This comment has been removed by the author.

August 28, 2007 at 12:56 PM  
Blogger hsm1967 said...

Hola veo que te gusta escribir mucho y eso esta muy bien y mas cuando lo haces tan bien,saludos.

March 30, 2008 at 2:50 PM  

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