Saturday, July 31, 2004

blue moon

Hay una chica en mi casa. Pueden ir a buscarla si quieren.
Yo no estoy en mi casa, algo muy raro sucedió.
No se si contarlo, los Borrás siempre fueron una familia orgullosa.
Y no se si yo podría decir esto en público,
Pero jugué unos cuantos billetes en una apuesta estúpida.
Y los perdí todos, era algo así como saltar de una colina...
Sin salir lastimado, pero era inevitable...
Y no se bajo el efecto de que sustancia salté...
Pero yo no tenia el dinero suficiente y la chica me hipotecó la casa.
Que dónde estoy yo?
En una pensión, con el brazo quebrado.

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Friday, July 16, 2004

Mesa con hombre que no whisky todo

Ella es mi chica. Desnuda al sol. La sal del mar, la espuma de las olas. Con un aura que la distingue especialmente de las demás personas. En un momento, olvidando todo lo demás que rondaba por mi cabeza dije, golpeando la mesa con una sonrisa amable “otra cerveza mas, Ronda” (otra ronda de cervezas, Ronda). Ronda era irlandesa, pelirroja y grande. Con unos ojos chicos, escondidos entre un iris verde oscuro y la pupila chiquita, redonda y negra. Un negro tan profundo que parece desnudar mi completa existencia a la vez que me pregunta mientras me sirve, “con espuma o sin espuma?”. Obviamente con poca espuma! Obviamente con las piernas grandes abiertas. Y, obviamente golpeando la mesa. El otro integrante de este bar en la ruta es un hombre que no se su nombre, pero el sí sabe el nombre de Ronda. No se si es un habitué. Tiene un gorro con visera, celeste, manchado de grasa. La barba de unos días, una voz ronca que inunda de olor a whisky todo el lugar, siempre sonando recién despierta, y su camión esperándolo afuera. Un café y un refuerzo y voy, le dijo cariñosamente al camión como si fuera su irlandesa grande y pelirroja. Pero, como todo ausente peregrino, infiel a las costumbres de sus puritanos pagos, cambia a su camión-irlandesa-pelirroja del 84, con las llantas nuevitas, por una verdadera irlandesa, Ronda, a la que ve una vez por semana; coge una vez por semana; se pelea, la abofetea y se reconcilia una vez por semana. O tal vez un poco más espaciado. (A este punto me di cuenta que era un habitué del lugar) La cosa es que nuestro amigo hoy le dijo a Ronda al oído (pero pude escuchar porque, además de estar atento, su voz resuena en las mesas más cercanas) que no se iban a ver nunca mas. ¿Nunca mas? Nunca más. Se iba a Brasil, a un reparto de una nueva bebida cola que había salido, cuya etiqueta era roja, con una línea azul en diagonal y decía en blanco, con un reborde negro y con una tipografía muy llamativa “Win Cola”. Ronda no lo aceptó. Repitió con su mal acento una y otra vez “¿Cómo que nunca mas?”. Y como abofeteando la tasa grande de café, la derramó sobre sus pantalones marrones planchados. Ronie (al parecer este era su nombre, o su apodo) (lo pude descifrar por los gritos desesperadamente furiosos de Ronda) se levantó y miró su pantalón manchado de café; pero quien no diría que se había meado encima. Un camionero de bigotes, grandes patillas y pelo, todo castaño claro, meándose encima. Un tigre rugiendo de la manera más desgarradora posible se avistó en los ojos verdes oscuros de Ronda. La mirada penetró en sus ojos, desplegando su fría hoja bien filosa. Cortando transversal y lentamente el globo ocular, gozando ese supuesto sufrimiento que Ronda en realidad no sentía en este preciso momento. Luego del acto, Ronie sacó algunos billetes arrugados de su bolsillo y los dejó en la mesa manchada con un poco de café. Recogió sus cigarros y dirigió la última mirada a una Ronda confundida, que ya se estaba atajando del golpe que le tiraría Ronie. Una mirada derrotada, que decía mucho a Ronda. Era el rumbo de las cosas. Era el rumbo del camión el que guiaba a Ronie, las flechas, las señales y los bares en las rutas. Y nada podía hacerse. Cada decisión era tomada fríamente sin pensarla dos veces, sin descifrar sus posibles consecuencias. Solamente recordada más tarde en un motel barato a la noche, mirando el techo con humedad, tenuemente iluminado por una lapara en la mesa de luz. Ninguna foto, ningún recuerdo de nada. Ni siquiera un nombre propio. Ronie, Pescado, Albert o quien fuere.
- Quédate con el cambio- dijo mientras abría la puerta.
A Ronda no la desnudaba el sol, ni las espumas, ni un aura, ni nada. Destruida, me miró a mí, el cliente más cercano que tenía. Incómodo, apuré la cerveza y dejé unos billetes sobre la mesa. Salí por la puerta de vidrió, caminé el camino de tierra y justo pasé por el camión de Ronie, cuyo espejo retrovisor delataba la primera de las tantas masturbaciones pensando en su irlandesa gorda.

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Sunday, July 11, 2004

Hawaii 2.0

El neón indicando el nombre de la casa lo era todo para ellos. Neón rosado. Noche oscura. Trajes blancos. Dos detectives. Hawai, tan solo Hawai. Neón rosado, camisas floreadas, Ray ban negros. Dick entró en el lugar mirando a las chicas que a su vez lo miraban a él. Cada una lo invitaba con su mirada a su cama de acolchados de piel de leopardo. Esta es mi noche, pensó Dick, sin darse cuenta que esto lo pensaba todas las noches. En pretérito la mañana siguiente, con resaca y una botella de whisky media vacía sin tapa cerca de sus sabanas de satén rosa. Y en futuro luego de levantarse y cepillarse los dientes en su espantoso baño, con azulejos rosado chillón y el suelo repleto de pequeños charcos de agua, alfombras celestes y revistas recortadas. Mark era, sin embargo, mas tranquilo. Tenía a su novia a quien amaba tanto como la engañaba. Su nombre era Sheena, Sharon, o algo así. En este momento de la noche no lo recordaba. Apenas entraron, los dos miraron directamente al fondo del lugar, donde estaba su mesa de siempre. Pero esta vez estaba ocupada. El ocupante, un simple negro, con un diente de oro, muchos collares, una camisa rosada ancha metida en su pantalón negro ajustado y una hebilla de una pelota de golf. Dick enfureció y se sacó los lentes, miró de lejos al negro que no había notado su presencia. Palpó sus bolsillos, llenos de dólares, merca y unas pastillas que le había mandado el psiquiatra. Pobre psiquiatra, Dick no era un paciente digno de estudiar. Dick era un gusano digno de escupir. Pero en este momento de la noche, nuestro amigo no distinguía si tenía que tomar la pastilla azul, o la anaranjada. Eran martes azules y viernes anaranjadas?. Era Sheena, la novia de su amigo, los martes, y alguna puta de algún motel blanco, barato (pero buena propina) los miércoles? Lo que sea. El negro de la hebilla de una pelota de golf mostraba sus anillos dorados y con imitaciones de esmeraldas y zafiros. “Me parece que esta es nuestra mesa” dijo Mark. Y Dick se le adelantó, como si quisiera el papel principal en esta conversación, y si esto le costaba una mancha roja de sangre en su impecable traje blanco, no importaba. El negro lo miró a Nick, bebió un poco de su destornillador adornado por una sombrillita de papel y escarbadientes, anaranjada y blanca, y luego se miró sus uñas perfectamente cortadas y limadas. Los masajes en las manos que me hacen en el club son excelentes, pensó, y luego atinó a decir - Creo que la tomé yo y mis amigos hace ya un rato largo – y enseguida miró al que estaba a su lado, negro también, con la cara marcada por alguna varicela o algo así, y el pelo cuadrado para arriba – Perdón, no los invité con un cigarro, quieren? – y mostró su cigarrera dorada con las iniciales J.B (¿sería James Bean? Se preguntó Mark a si mismo, mientras miraba bien la espantosa guarda de flores doradas que enmarcaba a las iniciales). Dick miró la cara del negro, orgullosa de ser lo que era, orgullosa de esa espantosa pelota de golf que tenía en el cinturón, y orgullosa del dinero que tenía. Luego sacó una navaja roja, y se la mostró al negro – Creo que cambiaras de opinión, no? – dijo Dick mostrando la navaja y guiñando un ojo. De un momento a otro, el negro tiró la mesa para adelante desparramando el destornillador, el arreglo floral y un plato con unos bocadillos. Lío en la sala. Mis amigos, amamos estas situaciones, y, sean sincero conmigo, todos alentamos desde nuestro ser mas cagón y arrepentido a que sucedan. Como dos autos colapsando en medio de una avenida, o como la policía agarrando a un ladrón y pegándole sin cesar. Algunas personas miraron para atrás, otras siguieron bailando al ritmo de una canción que ese día había sonado todo el día en unos parlantes en la playa, mientras Dick, con su pequeño short celeste, le pasaba bronceador a una chica que, ahora, bajo el efecto de unos cuantos whiskies y unos cuantos shots de pisco, no recordaba su nombre. Dick se abalanzó contra el negro sacando de su bolsillo interior un revolver. Cómo mierda era el nombre? ¿Randy?, ¿Sandy?, el negro le tiró el destornillador en la cara y le pegó un buen golpe de puño en la nariz. El impacto. Dick cayó sobre la mesa pegándose con el borde de esta en la espalda. ¿Mandy?, pensó inseguro. Mientras Mark peleaba patéticamente, como un actor de reparto, con el negro de peinado cuadrado. Dick agarró su revolver que estaba en el suelo y apuntó a la camisa rosada, específicamente a un pliegue cerca de uno de los últimos botones. Disparó. Randy, seguro era Rnady. El negro se cayó al suelo luego de un quejido y atinó a tirarle un cuchillo que estaba en el suelo a Dick, pero falló. Dick, dolorido, se acordaba de la chica. Era rubia, o no? Bueno, que importa, tengo a un negro que está muriendo en frente mío. Negro de mierda, me había robado la mesa. Miró la patética pelea de Mark y el otro negro y disparó al techo. – Paren de pelear y váyanse ya! – Dijo furioso. – El negro, que estaba tirado en el piso, se levantó y se fue corriendo. Mark pidió, confundido, explicaciones, pero no le fueron dadas.
Dick se recuperó. Lúcido, se paró y con su pañuelo amarillo se limpió la sangre de la nariz mientras con la otra mano tocaba su bolsita con merca. Al hacer esto se imaginó en el baño del lugar tomando un saque sobre su tarjeta de presentación. Fue directo a una rubia que bailaba sola, ahora una balada espantosa. La tomó de la cadera y dijo:
- ¿Sandy?
- No, Mónica
- Es lo mismo – le dijo al oído, alzando apenas la voz.

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